Agustín de Hipona
( 354 - 430 )
Teología
Antigüedad

En contexto

Agustín de Hipona nació en el norte de África en el año 354. Su madre, Mónica y su padre, Patricio le dieron una formación académica desde pequeño. Al cumplir diecisiete años, fue enviado a Cartago para terminar su escolaridad y convertirse en un orador; en el año 383, abrió una escuela de retórica en la misma ciudad. Al año siguiente se trasladó hacia Milán donde comenzó a analizar ciertos dilemas filosóficos y nació su interés por el pensamiento cristiano, influido por los sermones de San Ambrosio, lo cual lo llevó a pedir el bautismo en el año 387.

De acuerdo con Ferrater (1951), en el año 391 fue ordenado sacerdote y comenzó a escribir obras en defensa de la fe cristiana desde un influjo neoplatónico contra los maniqueos y donatistas, entre otros muchos, siempre iluminando sus respuestas teológicas con la razón. Falleció en el año 430 durante el sitio de Hipona.

El pensamiento de Agustín de Hipona resulta de suma importancia pues es considerado como uno de los últimos pensadores de la época romana y de los primeros de la época medieval (Copleston, 1993). Su filosofía se desarrolló con base en las ideas platónicas aplicadas al cristianismo. Influenciado por el maniqueísmo, Agustín comenzó a interesarse en los dilemas teológicos, entrando a ellos con el tema del mal (Ferrater, 1951).

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Contexto intelectual

Cicerón fue uno de sus primeros “maestros” al cautivarlo con Hortensius. Aristóteles tuvo una fuerte influencia en su pensamiento, pues de él tomo la noción de la retórica. De Platón tomó las doctrinas escépticas que lo llevarían a confrontar el pensamiento cristiano para dar a éste una explicación ante las dudas de creyentes y no creyentes. San Ambrosio puso en él, el interés por la razón cristiana y los ataques que ésta sufrió en la época (Ferrater, 1951).

Pensamiento y reflexiones en torno a la democracia

Ciudad de Dios es la obra central en la que San Agustín realizó reflexiones importantes sobre política y democracia. Para comprender este escrito, es de importancia tomar en cuenta las influencias recibidas por Platón quién creía que el fin último es el bien; así, San Agustín como neoplatónico, llevó más allá la idea del fin último, teniendo a Dios como lo máximo del ser, por lo cual, en su teoría, existen dos tipos de ciudades: la terrena y la divina (Suárez-Iñiguez, 1990). De igual manera, estudió también a sus predecesores: Aristóteles y Sócrates. Es así como llegó a concebir la idea de una política siempre en consonancia con la ética, lo cual permitiría la virtud.

El fundamento de La Ciudad de Dios es que: “[…] dos amores fundaron dos ciudades…: la terrena, el amor propio, hasta llegar a menospreciar a Dios, y la celestial, el amor a Dios, hasta llegar al desprecio del sí propio” (Suárez-Iñiguez, 1990, p. 2).

De esta manera es como se presenta los dos grandes fundamentos de su obra: lo terrenal y lo divino; Sabine (2009), nos dice respecto a la ciudad terrenal, que este reino fue construido bajo la “desobediencia de los ángeles rebeldes” haciendo referencia a los imperios paganos; mientras que el reino de Cristo encarna al pueblo hebreo y la iglesia cristiana. “La historia es la narración dramática de la lucha entre esas dos ciudades y el dominio final tiene que corresponder a la ciudad de Dios” (p.148). 

Al describir las características de la ciudad terrena, Agustín mostró las virtudes que llevarían a sus habitantes a la ciudad de Dios y las prácticas que deberían existir haber, con el objetivo de que algún día gocen de la ciudad de Dios:

Si un pueblo es razonable, serio, muy vigilante en la defensa del bien común, es bueno promulgar una ley que permita a ese pueblo darse a sí mismo sus propios magistrados para administrar los asuntos públicos. Con todo, si ese pueblo poco a poco se degrada, si su sufragio se convierte en algo venal, si le da el gobierno a personas escandalosas y criminales, entonces resulta conveniente quitarle la facultad de conferir honores y volver al juicio de un pequeño grupo de hombres de bien (Rubiales, 2016, párrafo 3).

Así, es como vemos reflejado el pensamiento directo de San Agustín, en el cual siempre tiene a la virtud de por medio para alcanzar el fin último. Para el obispo de Hipona, las sociedades políticas sólo son alcanzadas por sociedades justas, no como Roma o Babilonia, en cuyos imperios es sabido que reinaba una desigualdad e injusticia para sus habitantes (Diccionario Filosófico, s.f.).

San Agustín se atrevió a redefinir al pueblo, ya no sólo desde una visión política sino conjunta con los aspectos religiosos, comprendiendo éste como “la congregación de muchas personas unidas entre sí por la comunión y la conformidad de los objetos que ama (XIX, 24)” (Suárez-Iñiguez, 1990, p. 7).

Sin duda alguna, para Agustín, la democracia no puede ser concebida sin la justicia, cuestionándose la posibilidad de justicia relacionada con las virtudes religiosas, si el hombre no acepta a Dios y se sujeta a demonios, ¿qué justicia puede existir?

Impacto de su pensamiento en el mundo fáctico

San Agustín tuvo un gran impacto en el mundo filosófico al ser uno de los últimos pensadores de la época romana, aunque algunos más lo consideran como de los primeros medievales. “En uno de los pasajes de San Agustín más frecuentemente citados se lee que solamente le interesan dos cosas: el alma y Dios (Sol., I 2)” (Ferrater, 1951, p. 44). Con esta cita se comprende que toda su aportación a la filosofía siempre giró en torno a Dios y al alma.

Una de las ideas que le hace ganar el título de Padre de la Iglesia es la de la: “’iluminación divina’ como ‘iluminación interior’ es la formulación de esta integración de dos verdades: la que viene del alma, y la que le llega al alma desde Dios” (Ferrater, 1951, p. 44). La cual no solo le ayudará a hablar de política y aterrizar pensamientos de sus contemporáneos, sino que precederá el pensamiento de los filósofos medievales.

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