Democracia Digital

Concepto clave

Introducción

Cuando en la década de los noventa Internet entró por primera vez a los hogares, comenzó a vislumbrarse un nuevo horizonte en la comunicación y en la manera de relacionarnos. Fue una utopía en la que compartir ideas, información y experiencias de manera libre, universal, sin barreras, gobiernos, banderas o autoridades reguladoras se presentaba como la atractiva promesa que significaba la conectividad digital. 

Esta utopía fue materializándose. En 1994, en el contexto del levantamiento armado zapatista, Internet fue la principal herramienta para romper el cerco informativo que los medios corporativos, junto al gobierno de México, habían construido para excluir la pluralidad informativa y establecer la versión oficial sobre lo que estaba ocurriendo en el estado de Chiapas. Esta herramienta que en un primer momento no era otra cosa más que una página Web, sirvió para difundir las declaraciones, imágenes, documentos, información y para explicar los motivos de la dignidad rebelde del EZLN. Además, Internet fue la red donde se articularon periodistas y activistas para mostrarle al mundo la represión y el autoritarismo gubernamental del zapatismo.

Durante los años noventa y principios del siglo XXI, el movimiento zapatista se convierte en el referente del activismo digital. Entre otras cosas debido a que Internet fue parte del repertorio de acción política del zapatismo y de la comunidad global de simpatizantes del movimiento insurgente. En este contexto, Internet ya era más que un simple espacio neutral, su estructura reticular propiciaba dinámicas de interacción social, creación de comunidades y comenzaba un proceso de comunicación política que ampliaba el espacio público hacia una dimensión digital. Es decir, con Internet se expandió el espacio público. 

En los primeros años de esta utopía, el espacio digital se sostenía por una ciudadanía que pertenecía a una minoría social que requería capacidad económica para tener equipo tecnológico, como computadoras, acceso a Internet y estar alfabetizada digitalmente. En consecuencia, la ciudadanía digital estaba situada en las principales capitales del mundo. Por lo que ese espacio digital, libre, sin barreras ni regulaciones, paradójicamente abría una nueva brecha social, tecnológica y digital; pues no era suficientemente democrático al estar restringido para la mayoría. 

Sin embargo, estas brechas se han reducido con el tiempo, se ha abarato la tecnología digital y se ha masificado el acceso a Internet hasta convertirse en un derecho humano. Este proceso sociotécnico expansivo fue una revolución social, resultado de los siguientes factores: a) mayor cobertura de Internet en los hogares, b) conocimiento y habilidades técnicas de la comunidad de internautas, c) transición de la Web 1.0 a las de medios sociales y, d) la posibilidad de interactuar dinámicamente mediante la creación, producción, difusión y consumo de contenidos digitales. En ese contexto se expandió el espacio público digital.

El potencial emancipador de Internet fue la chispa que impulsó revueltas y movilizaciones ante represiones y gobiernos autoritarios, además ha originado derrumbamiento de regímenes autoritarios, dimisiones presidenciales y victorias electorales. Desde su dimensión emancipadora, Internet promueve la democracia. Sin embargo, en los últimos años hemos observado acciones que atentan contra la democracia como son los discursos de odio, acoso y campañas de desinformación que ponen en duda esa virtud democrática del espacio digital.

Para comprender mejor este fenómeno, a continuación abordaré el concepto de Democracia Digital que vincula las prácticas políticas con las infraestructuras digitales, ahondaré en su visión tecno-optimista y señalaré algunos aspectos críticos a esta perspectiva.

Problematización y Desarrollo

Durante la historia de la humanidad, todas las tecnologías de las que tenemos registro y que se han desarrollado para la comunicación se les ha dotado de un sentido positivo y democrático. Desde la imprenta hasta Internet. Es decir, cada que surge un nuevo medio o tecnología para comunicarnos se le asocia con una idea emancipadora que beneficia a la humanidad (Rovira, 2017). No importa el periodo histórico, el régimen económico, ni la bandera, el sentido positivo es una condición sine qua non para las tecnologías ligadas a la comunicación.  

Esta idea se fundamenta en un marco de representaciones sobre la sociedad en el que la tecnología se piensa como una extensión natural de la propia humanidad, derivada de los procesos cotidianos que tienden a favorecer la socialización. Esta visión tecno-optimista, para el caso de Internet, ha sido impulsada por autores como Marshall McLuhan, Howard Rheingold, Nicholas Negroponte, Ithiel de Sola Poo y, en un primer momento de su pensamiento, por Manuel Castells; quienes han señalado las múltiples posibilidades de Internet para la sociedad en términos sociales y políticos.

De manera paralela a esta visión tecno-optimista sobre las potencialidades de Internet, en la práctica se fueron desarrollando procesos de sociabilidad en línea que “alteraron la naturaleza de la comunicación privada y pública” (Van Dijck, 2016: 22), debido a que las plataformas sociales o sociodigitales generaron nuevas dinámicas de interacción social y modificaron la forma en que se concibe el tiempo y el espacio. Además, los sistemas de automatización o algoritmos que intervienen en las conexiones generadas por las personas intervienen directamente en la interacción social.  

En ese contexto, las prácticas políticas pasaron de acciones unidireccionales o bidireccionales como enviar correos electrónicos, mensajes de texto en chats, escribir opiniones en blogs y subir videos en YouTube, hasta acciones multidireccionales como debatir en foros de discusión, organizar y participar en campañas en Twitter para impulsar algún hashtag, compartir memes en Facebook y promover su viralización; en conjunto, las prácticas políticas digitales han derivado en acciones colectivas o movilizaciones sociales. Es decir, lo digital atraviesa al campo político. 

Estas prácticas políticas en el espacio digital pueden entenderse bajo el concepto de Democracia Digital, pues ésta se enfoca en analizar dichas prácticas emancipatorias que se realizan en Internet y, sobre todo, en las plataformas sociodigitales, ya que son infraestructuras digitales que median la participación de las personas; por ejemplo, YouTube, Facebook, Instagram, Twitter y TikTok, por citar algunas.  

El concepto Democracia Digital ha cambiado junto a las transformaciones sociotécnicas, esto se ha observado incluso hasta en la manera en que se le nombra pues en el catálogo de definiciones se ha expuesto de las siguientes maneras: Electronic Democracy, Virtual Democracy o Network Democracy. Apuntando todas a la relación e influencia del uso de las tecnologías digitales en las condiciones, instituciones y prácticas políticas. 

Siguiendo a Sebastian Berg y Jeanette Hofmann, en su libro Digital Democracy (2018), mencionan que este tipo de democracia tiene una dimensión normativa, pues entiende a la democracia como una forma de organización política abierta, modificable y siempre en construcción. Y no sólo eso, también este concepto tiene una concepción positiva, al señalar que a través del uso de la tecnología e Internet se derivan cambios positivos para la sociedad. Esta connotación está anclada a la visión tecno-optimista sobre la tecnología e Internet. Bajo esa concepción, Internet se convirtió de manera gradual en una ampliación de la esfera pública. Es decir, desde un enfoque deliberativo, ese lugar o arena es propicia para deliberar, reflexionar y debatir en un entorno de libertad de expresión.

Sin embargo, en el espacio público –donde la sociedad debate y toma decisiones– y en el espacio privado –donde se busca el interés propio y libertad individual– no se lleva a cabo a plenitud esta perspectiva deliberativa de la democracia. Lo que se observa es que el espacio público digital “se extiende y se limita simultáneamente, es pluralista y uniforme, fragmentado y unido” (Van Dijck, J. Poell, T. & Waal, D., 2021).

Una de las críticas que ha tenido el concepto de Democracia Digital es que su visión tecno-optimista y normativa deja detrás el lado oscuro que esconde la interacción en línea. Matthew Hindman en su libro The Myth of Digital Democracy (2009) reflexiona sobre los cambios que ha traído Internet para la democracia y se pregunta si de verdad Internet hace que la política sea menos exclusiva y si está empoderando a los ciudadanos de a pie. También critica la manera en que Internet y particularmente las redes sociodigitales, mediante sus algoritmos, han promovido que ciertas voces se escuchen más que otras y la creación de cámaras de eco que fomentan discursos parciales y sesgados que afectan a la democracia.

¿Cuál es el tipo de democracia digital que tenemos?

Debates actuales

La respuesta sobre el tipo de democracia digital que tenemos no es nada alentadora. Es decir, si bien existen múltiples experiencias que se enmarcan en la concepción de la tecno-política de la emancipación como ocurrió con el zapatismo en 1994, el rompimiento del cerco informativo de la APPO en 2006, la Primavera Árabe o el 15 M de España en 2011, el #YoSoy132 durante las elecciones de 2012 y el movimiento feminista a escala global; en la actualidad encontramos en un momento en el que las grandes corporaciones como son Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft están moldeando las subjetividades sociales. 

Como dicen Jose Van Dijck et al. (2018), desde estas plataformas se impulsa una cultura de la conectividad en la que su esencia es la obtención de datos para generar ganancias y así sostener un ecosistema de plataformas basado en la monetización. Dicho de otra manera, si bien estas plataformas impulsan procesos de sociabilidad que promueven la participación, en el fondo se está mercantilizando la esfera privada, así como toda la interacción social que se realiza en el espacio público digital.

Esto sucede porque la democracia digital surge en el marco de la política neoliberal, en el que las personas se explotan a sí mismas, es decir, “el individuo se convirtió en productor de sus propios contenidos y marcas personales, mediado por estructuras y lógicas de acumulación de capital” (Morelock & Narita, 2021:142) En esa línea, otros estudios señalan que las redes sociodigitales constituyen dispositivos de gubernamentalidad neoliberal que instituyen competencias por la atención, comercializando las interacciones digitales (Lemes de Castro, 2016). En ese sentido, la Democracia Digital está anclada al capitalismo de vigilancia en el que éste “reclama unilateralmente para sí la experiencia humana, entendiéndola como una materia prima gratuita que puede traducir en datos de comportamiento” (Zuboff, 2021: 21)  

Por otra parte, cuando hablamos de la ampliación del espacio público gracias a Internet y las redes sociodigitales, en realidad hablamos de un espacio limitado, privado, fragmentado y con múltiples barreras de entrada. El espacio digital lo podemos pensar como si fuera una plaza comercial, donde aparentemente uno puede entrar, caminar, pensar y debatir. Sin embargo, este lugar supuestamente público es privado y, en consecuencia, las normas y el reglamento los determina la propia plaza comercial y no el Estado. Entonces, si una persona incumple alguna de las normas de dicha plaza quienes la administran tienen la facultad para sacarla del lugar, excluirla o condicionar su admisión. Tal como ocurre en las plataformas sociodigitales. 

De esa manera, el principal territorio de la Democracia Digital es representado por las plataformas sociodigitales, pues es ahí donde la mayor parte de las personas interactúan. Esto revela, paradójicamente, un problema para la democracia en su concepción más amplia pues las redes sociodigitales son entornos deficientes para regular discursos de odio, acosos selectivos y desinformación. Incluso, estas plataformas promueven acciones como el doxing, troleo y el shitposting (Marantz, 2021).  

Por lo tanto, la visión positiva y tecno-optimista de la Democracia Digital debe replantearse y apuntar hacia los mecanismos, regulaciones y legislaciones que se requieren para democratizar el espacio digital; desde reducir las brechas digitales y tecnológicas hasta ser un espacio seguro para ejercer y garantizar la opinión la participación ciudadana. Si bien los procesos de emancipación siguen presentes e Internet no ha dejado de ser una herramienta, en el espacio digital –siguiendo a Guillermo O’Donnell cuando hablaba sobre los países democráticos– hay zonas marrones que representan características antidemocráticas y autoritarias. 

Finalmente, es importante reflexionar sobre las características, posibilidades y limitaciones de la Democracia Digital y pasar de la visión tecno-optimista a una perspectiva crítica que a la par de reconocer las ventajas exhiba las restricciones y desigualdades que limitan la participación política. Teniendo claro que mientras no haya regulaciones a las plataformas sociodigitales, la Democracia Digital será procedimental y liberal.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

three + 13 =