Democracia en la antigüedad (Grecia)

Concepto clave

Introducción y planteamiento general

El nacimiento de la democracia griega y particularmente de la democracia ateniense se llevó a cabo a través de diversas etapas y reformas políticas desde el siglo VI, para llegar en su pleno apogeo durante el siglo V antes de nuestra era. 

Si bien, como señala Jacqueline de Romilly “…a pesar de que Atenas no inventó la democracia, fue la primera que tomó conciencia de sus principios, que la nombró, que analizó su funcionamiento y sus formas, y que por tanto, sin ninguna duda, la idea misma de democracia” (1997: 92).

Junto a la democracia, se da un florecimiento intelectual y cultural, que permitió dentro de la Atenas clásica el surgimiento de maestros de la filosofía como Sócrates (470-399 a.C.), Platón (428-347 a.C) y Aristóteles (384-322 a.C.), quienes aportaron una serie de reflexiones y postularon principios teóricos sobre la democracia que han ejercido una influencia decisiva en el surgimiento del pensamiento occidental y en las democracias modernas.

La democracia ateniense es entonces un sistema político, cuyas características parten desde su nombre, que une la palabra “gobierno” (kratos) con “pueblo” o “cuerpo de ciudadanos” (demos). De forma que el demos dicta las leyes (nomos). Lo que la volvió un modelo que remarcó valores como la libertad, la igualdad de los derechos políticos (isonomía), igualdad en la palabra (isegoría) y la búsqueda del bien común, entre otros.

Asimismo fue vital para la democracia antigua y el pensamiento político la existencia de la Polis, traducida comúnmente como ciudad o estado. Aunque en realidad es un concepto intraducible, pues no significa solo “ciudad”, sino también designa una comunidad política caracterizada porque el poder de mando se reparte entre los ciudadanos (polités) y estos, facultados de isegoría y la isonomía, dialogan para establecer la conducción de la ciudad.

Quiénes y cuántos sean esos iguales con dichos derechos varía entre distintas polis, de ahí podían ser pocos los individuos, generando Polis aristocráticas, o los muchos, como en el caso de la Polis democrática. Por ende, los elementos que componen la polis son su politeia, su constitución y sus normas, así como sus ciudadanos. 

Así, las Polis no estaban concebidas bajo principios territoriales, ni tenían separación alguna entre su cuerpo político y su cuerpo de ciudadanos. En la antigüedad, la Polis eran sus ciudadanos: El Estado Ateniense eran los ciudadanos atenienses. 

El demos es el “cuerpo de ciudadanos” y en ellos radica la soberanía. El ciudadano se define entonces como aquel que tiene derecho a participar en la función deliberativa y judicial de la Polis. Por ende, el demos es la fuente de legitimidad y legalidad de la toma de decisiones, a través de su participación y deliberación en la Asamblea. Esto concretó la participación directa de sus ciudadanos. Quienes se caracterizaban por un respetuoso temor a las leyes. 

Por tanto, la democracia ateniense era una directa, de tipo asambleísta. La Asamblea, integrada por los ciudadanos, era la única facultada para decir los temas alrededor de la vida común. Esta, dependiendo su periodo concreto, estaba formada por todos los atenienses varones, libres, mayores de dieciocho años; para tratar asuntos graves se requería un quórum mínimo de seis mil personas aunque por lo común acudía menos de dos mil.

De acuerdo con Jacqueline de Romilly:

… era la Asamblea la que decidía en materia de política extranjera, y decidía sobre la paz y la guerra, así como sobre las alianzas, votaba las leyes, ejercía la más alta jurisdicción en materia de seguridad del Estado y ratificaba la gestión de los magistrados. (…) El principio de la Asamblea era que cada uno pudiera hablar.

Ni qué decir que, en la práctica, sólo un pequeño número se atrevía a expresarse; pero lo que contaba era la idea de que fuera, al menos en teoría, abierta a todos, que fuera libre (Romilly, 1997: 93).

Las polis fueron las ciudades pequeñas en donde se dio la participación de sus ciudadanos en la asamblea. El cuerpo de ciudadanos de la polis nunca superó del 15 al 20% de la población total de Atenas. Este selecto grupo osciló entre los 20,000 y 30,000 personas de una población de entre 150,000 a 250,000 atenienses.

El diálogo, el discurso argumentativo y la palabra, como se anticipó, significaron la principal forma de ejercer la democracia ateniense, en aras de buscar el consenso en los temas comunes. Continuando con Romilly (1997: 91) “Atenas instauró el debate en el centro de la vida pública; pero también fue capaz, gracias al debate, de acotar los principios de esa vida pública”. En ese sentido, el hombre político en Atenas, se llama el orador.

Problematización y desarrollo

El Siglo V a. C. en Grecia, conocido como periodo clásico, vio nacer a filósofos y pensadores. Durante esta época se sentaron las bases de la democracia moderna y acontecieron sucesos como las llamadas Guerras Médicas (griegos vs. Persas) y la Guerra del Peloponeso (espartanos vs. Atenienses) que concluyó con la derrota de los atenienses y la supremacía de Esparta (Aparicio, 1989). 

La democracia ateniense en general fue producto de sucesivas reformas que aliviaran la tensión social y el descontento público: Solón, dirigente ateniense a partir de 594 a.C. legisló oponiéndose a la tiranía de Pisístrato y consiguió realizar una serie de reformas, como la eliminación de la esclavitud por deudas y la apertura de la ciudadanía a los hombres ricos, eliminando así el viejo requisito de tener linaje aristocrático, para poder recibir derechos políticos (Molina, 1979: 29-30). 

Posteriormente Clístenes dividió en distritos a los pobladores de Atenas para que gozaran de beneficios como la toma de decisiones sin importar su clase social, ampliándose los derechos políticos a todos los estratos dentro de la sociedad ateniense.

Por último, De Romilly (1997) explica que Pericles (495-429 a.C.) contribuyó a una serie de reformas para que la democracia fuera posible, por ejemplo, bajo su mandato el aerópago (cuerpo aristocrático formado por magistrados) perdió sus atribuciones políticas y años después, los ciudadanos de las clases sociales más modestas pudieron acceder a través del sorteo a las funciones más altas (excepto las funciones militares y financieras).

A partir de la Asamblea popular, se establecían magistraturas para el control de la ciudad y de la justicia popular de la Polis. Estas no tenían rango de representantes, pues estaban sometidas al estricto control, vigilancia y rendición de cuentas por la Asamblea; aparte su duración era corta. 

Este último significó un mecanismo de acceso a las funciones públicas, posibilitó la agrupación de elementos sociales diversos y reservar una posibilidad de representación semejante a las diferentes tribus de Atenas. En síntesis, se posibilitó el agrupamiento de magistrados en colegios y la facilidad para ejercer control sobre ellos a través de la asamblea  (Romilly, 1997: 91).

Cabe resaltar que la función armónica de la democracia estaba constituida para evitar, no solo el del poder concentrado en un solo individuo, sino también una irreparable discordia entre los iguales y ciudadanos que derivara en una stasis, guerra civil. 

Por ende, era sumamente necesario enfatizar entre los ciudadanos la philía o el sentimiento de amistad y comunidad cívica, que permita la confianza de conocerse, hablar y ser escuchados en las discusiones de la asamblea.

Asimismo otro mecanismo era el del ostracismo, que era un exilio de un jefe político ante un tiempo determinado, cosa que se decidía para evitar fracturas internas. Así se puede afirmar que lo más importante bajo el ideal de la democracia ateniense era atender las cuestiones del bien común estrictamente, rompiendo con intereses individuales.

Si bien la democracia ateniense se ha constituido como un ideal histórico de forma de gobierno, este modelo de democracia entraña conflictos y contradicciones. La democracia ateniense fue posible porque se trató de una comunidad pequeña en la que un selecto grupo de personas deliberaban y tomaban las decisiones. La ciudadanía griega fue muy exclusiva y la estuvo reservada a un tipo específico de persona, generalmente sólo a hombres atenienses libres y adultos, lo que le dotó de una naturaleza potencialmente aristocratizante. 

En consecuencia, se trató de un modelo excluyente porque marginaba de esta participación a mujeres, personas esclavizadas y extranjeros. Esta exclusión se basó en una división de trabajo y en una visión en la que mujeres y esclavos estaban destinados al espacio privado de las casas y al trabajo, mientras que los hombres libres podían darse el lujo de vivir ociosamente, no trabajar e invertir varias horas del día a dialogar y discutir con sus conciudadanos en espacios como las asambleas en el ágora. Recordemos que para Aristóteles (384-322 a.C.) la lucha material por la existencia era degradante.

Democracia y sus valores

La Historia de la guerra del Peloponeso constituye, en un sentido moderno, la primera Historia de Grecia porque su autor -Tucídides- aplica un método histórico de investigación objetiva al conflicto entre Esparta y Atenas que eran las dos grandes potencias de la Grecia Clásica y por el interés de que a partir de su narración sea posible predecir acontecimientos futuros.

En el Libro II de esta magna obra, se recoge el célebre Discurso fúnebre de Pericles del 431 a.C. pronunciado en el Cementerio del Cerámico en Atenas, ante el entierro de los soldados caídos durante la Guerra del Peloponeso. Su importancia radica en ser uno de los mayores testimonios legados sobre la democracia:

Tenemos un régimen político que no envidia las leyes de los vecinos y somos más bien modelo para algunos que imitadores de los demás. Recibe el nombre de democracia, porque se gobierna por mayoría y no por unos pocos; conforme a la ley, todos tienen iguales derechos en los litigios privados, y respecto a los honores, cuando alguien goza de buena reputación en cualquier aspecto, se le honra ante la comunidad por sus méritos y no por su clase social; y tampoco la pobreza, con la oscuridad de consideración que conlleva, es un obstáculo para nadie, si tiene algún beneficio que hacerle a la ciudad (Tucídides, 1989, parágrafo 37).

Sobre los valores, también resulta importante recuperar el pensamiento de Protágoras de Abdera (481-411 a.C) quien tuvo una dedicación práctica a la filosofía y que es conocido por la frase “el hombre es la medida de todas las cosas”. En su escrito Acerca del régimen político justifica teóricamente la democracia, reconoce a los individuos como poseedores del derecho a su participación en la vida política y propone la igualdad como categoría de una sociedad bien ordenada:

Todos los hombres están dotados de virtud política porque todos los hombres tienen la posibilidad de poseer el respeto moral y la justicia, las dos virtudes básicas y necesarias para la convivencia. Esta igualdad es la condición imprescindible de la existencia de una verdadera polis porque la justicia es la que trae el orden a nuestras ciudades y crea un lazo de amistad y unión (PUEDJS, 2021: 20).

Por otro lado, para Isócrates (436-338 a.C.) la educación cívica resulta la vía idónea para mejorar la sociedad y por tanto la democracia. La educación se realizaba mediante la escucha y el diálogo.

Por su parte, Aristóteles (384-322 a.C.) entiende la igualdad y la justicia de manera proporcional, es decir, no todos son iguales en todo: todos son iguales en la libertad que tienen en una ciudad pero no todos son iguales en la cantidad de trabajo ni en la cantidad de atributos morales que aportan a la polis. Y ahí tenemos que los aristócratas aportan libertad y virtud, los oligarcas aportan libertad y dinero y los pobres simplemente aportan su libertad.

Así pues, el problema de la democracia para Aristóteles está marcado por esta idea de igualdad y justicia proporcionales en donde el bien común no es el bien común para todos sino que el bien común está mediado por el análisis o por la idea de que cada uno debe de aportar lo que le corresponde en la polis.

Debates actuales

La democracia griega como forma de gobierno ha sido objeto de discusiones, debates y revisiones permanentes. Teóricos políticos como Norberto Bobbio (1997) ha teorizado profusamente sobre la democracia a partir de las obras de Platón en las que este filósofo describió la república ideal, que tiene como fin la realización de la justicia, entendida como la atribución a cada cual que le compete de acuerdo con las propias aptitudes.

Para Platón, la república “es una composición armónica y ordenada de tres clases de hombres: los gobernantes-filósofos, los guerreros y los que se dedican a los trabajos productivos. Pero este Estado no ha existido hasta ahora en ningún lugar” (Bobbio, 199: 21).

Así, los Estados reales y existentes son corruptos en diferentes grados, por lo que resulta clave plantear las preguntas: ¿quién gobierna? y ¿cómo gobierna? para analizar las diferentes formas de gobierno y sus resultados.

Recordemos que Platón vivió en una época de decadencia de la gloriosa democracia ateniense y por lo tanto su obra denuncia los fenómenos de degradación de la polis. Para este filósofo, las formas corruptas de gobierno son la timocracia, la oligarquía, la democracia y la tiranía mientras que la monarquía y a la aristocracia les atribuye el carácter de ideal (Bobbio, 1997: 22).

Norberto Bobbio resalta que los criterios con los que Platón distingue las formas malas de las buenas de gobierno son dos: 

violencia y consenso, legalidad e ilegalidad. Las formas buenas son aquellas en las que el gobierno no está fundamentado en la violencia y por ende lo está en el consenso, en la voluntad de los súbditos; o son aquellas que actúan de acuerdo con leyes establecidas y por tanto no de manera arbitraria” (Bobbio, 197: 32). 

La teoría de las formas de gobierno expuestas por Aristóteles en la Política es llamada politeia, que habitualmente es traducida como constitución. En la Política hay muchas definiciones de “constitución”, una de ellas es: “La constitución es la estructura que da orden a la ciudad estableciendo el funcionamiento de todos los cargos y sobre todo de la autoridad soberana” (Bobbio, 1997: 33):

Aristóteles se limita a decir que la constitución, la politeia, es “ordenamiento de las magistraturas o, con otra expresión, de los “cargos públicos” (Bobbio, 1997: 33-34). Cuando hablamos de la constitución italiana, francesa o china, lo hacemos de la ley fundamental de un Estado, es decir, de las leyes que establecen cuáles son los órganos del Estado, cuáles son sus funciones, cuáles sus relaciones recíprocas, etc. En suma, para decirlo como Aristóteles, el “ordenamiento de las magistraturas”.

Aristóteles, al igual que Platón, distingue formas de gobierno y sus respectivas degeneraciones. Las formas de gobierno buenas son la monarquía, la aristocracia y la política, mientras que la tiranía es la degeneración de la monarquía, la oligarquía de la aristocracia y la democracia de la politeia. “La tiranía es una monarquía orientada hacia el interés del monarca, la oligarquía hacia el de los ricos y la democracia hacia el interés de los pobres. Pero ninguna de ellas atiende al provecho de la comunidad” (Bobbio, 1997: 34).

Es importante reconocer que la democracia ateniense constituye un legado inagotable de filosofía, historia, mitos, que perviven hasta la actualidad. Son ricas y múltiples las vetas que se desprenden de la democracia antigua y que en la actualidad nutren debates como el papel de las mujeres en la antigüedad, la ciudad como espacio social de prácticas y tensiones, entre muchas otras.

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