Democracia y liberalismo

Concepto clave

Introducción y planteamiento general

La democracia se entiende como una serie de procedimientos para la delegación y ejercicio del poder. Ejemplo de ello es uso de un sistema electoral que permita una rotación de representantes temporales, y éstos ejerzan su cargo dentro de un poder estatal dividido en 3 poderes. 

Pero esto no ha sido así siempre, sino que significa la concreción, de una mezcla teórica rara: entre la democracia y al pensamiento liberal, que consiste en una serie de postulados ético-filosóficos, originarios en la Europa del siglo XVII, y que han llevado a grandes transformaciones en el pensamiento, la sociedad y la cultura (Matteucci, 2007). 

Dicha fusión entonces derivó en el surgimiento de la llamada democracia liberal. Un tipo de de democracia que hoy es el dominante en la mayoría de los países, tras oleadas de expansión al resto del mundo no-europeo.  De modo, que cuando se habla de democracia, normalmente se refieren a ésta como la forma de gobierno más justa y equitativa, a un nivel casi incuestionable. 

Su expansión y exportación fue posibilitada, tanto por el colonialismo europeo, como por la consolidación del capitalismo como sistema de producción e intercambio. El desarrollo de la democracia liberal, por ende, está muy enlazado con el del capitalismo, por ser el sistema político más apropiado para su reproducción. 

Sumado a ello, la democracia liberal también ha tenido una capacidad de adaptación y transformación notable: ha podido incorporar demandas provenientes de luchas, desafíos y conflictos sociales del siglo XIX y XX para poderlos subsumir sin perder sus elementos más esenciales (Matteucci, 2007), ejemplo de ello puede ser la apertura del voto a nuevas capas y grupos sociales. 

Problematización y desarrollo

Para entender qué es democracia liberal, es necesario separar ambas palabras. Esto es debido a que la asociación entre democracia y liberalismo presenta varias tensiones teóricas, originadas por partir de diferentes visiones de la libertad y la participación política. 

Sobre el liberalismo, como un inicio, se puede decir que emergió y se desarrolló desde los postulados de pensadores clásicos como: Thomas Hobbes, John Locke, Adam Smith, Montesquieu, John Stuart Mill, por nombrar algunos.

Comenzó en la Inglaterra del siglo XVII a través de las revoluciones de 1648 y la de 1688, que sentaron las bases de una pugna por las libertades individuales contra el absolutismo (Vargas Hernández, 2007).

Su núcleo teórico se basó en poner el acento en el individuo, y fundamentar sus derechos y libertades frente a los abusos del Estado absolutista (Audard & Reynaud, 2014). Para ello, propone una esfera separada del poder Estatal, llamada la sociedad civil, que no sea controlada por aquel, aunque le necesite para garantizar la seguridad.

Se caracteriza por ser un espacio donde los individuos puedan ejercer sus derechos naturales: a la libre opinión, reunión, asociación, libre prensa, etc. Por tanto, la sociedad civil es el sitio del mercado y de la opinión pública (Matteucci, 2007).

El liberalismo siempre enfatizó la necesidad de contener y limitar el poder autocrático del monarca y la nobleza. Y para ello planteó una separación del Estado en tres poderes, con controles y contrapesos (checks and balances). También buscó la secularización del poder, la separación iglesia-estado. 

La meta fue crear una forma de gobierno apropiada para el nuevo hombre moderno: el “homo oeconomicus”. Dicho “hombre económico”, se distingue por  renegar de lo público y de lo político, para dedicarse al espacio privado, que es el terreno de la libertad a través del intercambio mercantil. Su autorrealización será ahora medida a través del éxito económico (De Gómez Pérez-Aradros, 2013).

De acuerdo con Carlos de Gómez Pérez-Aradros (2013), esto habla de un choque con los principios que tenía la democracia, representados en la antigüedad griega. Debido a que la democracia era un autogobierno ejercido directamente por los ciudadanos, donde los asuntos en común de la Pólis (la ciudad) eran atendidos sin representantes, ni intermediarios, ni organizaciones. 

En la democracia, se buscaba defender y participar en los asuntos públicos, que implicaban un vínculo cívico y político de la ciudadanía con su ciudad.  Por ello, en la democracia pura, el interés privado era secundario al público. Asimismo, las decisiones se supone son tomadas por el démos, el pueblo, quien ejerce la soberanía sobre sí mismo. 

De esta participación en la cosa pública surgía la libertad. Pues era la pólis quien liberaba al individuo, cuando este participaba en el ejercicio de la conducción de lo común (de Gómez Pérez-Aradros, 2013). Al participar, el individuo hace las leyes, y aquellas lo convierten en hombre libre. Por tanto, la libertad era garantizada a través de la política y la ley (Cruz-Prados: 2003). 

En cambio, para el liberalismo, la libertad se justifica desde concepto teórico abstracto: un estado de naturaleza previo a la existencia de la sociedad organizada. Con este referente conceptual, se demuestra que el ser humano tenía perfecto derecho y libertad natural antes de renunciar a partes de ellas, a cambio de la seguridad del Estado. Por ello, los derechos humanos son creaciones del liberalismo.

El hombre liberal entiende la ley y la política como herramientas instrumentales para proteger y cuidar la esfera de su libertad individual, ya dada por naturaleza. El ejercicio de lo público ya no es visto como un deber cívico, ni como una forma de autoconstruir la libertad, sino como un mal necesario para protegerla (Cruz-Prados: 2003).

Bajo estas divergencias se puede entender que la democracia y el liberalismo son conceptos con visiones diferentes del origen de la libertad y de la finalidad de la política. En consecuencia, su unión promovida por distintos pensadores liberales como Montesquieu o Alexis de Tocqueville buscaba, ante todo, hallar una forma de gobierno que pudiera limitar al monarca, y a  las muchedumbres, de los deseos de la naciente élite burguesa.

Debates actuales

La democracia liberal es un tipo de democracia de carácter elitista, donde los ciudadanos se limitan a escoger a sus representantes, de quienes se plantea que deberían ser los más sabios y aptos para entender el interés general por encima del interés de las mayorías (Hernández Quiñones, 2006). De ahí surge la representatividad como su característica clave.

Otra característica es la existencia de una constitución o ley superior que estableciera la división del poder del Estado en múltiples órganos: tanto de forma horizontal (poderes ejecutivo, legislativo y judicial) como de forma vertical (entre los ámbitos local y nacional). Pero la división más importante fue entre representantes y los representados (de Gómez Pérez-Aradros, 2013).

Este tipo de democracia fue diseñada para limitar la lucha por el ejercicio del poder sólo para élites, mientras que el ciudadano tiene tan solo la facultad de limitarse a consentir o rechazar el ejercicio de estas élites con su voto.

Se desvincula al ciudadano de la política, al tiempo que a las élites representantes se les dota de una gran discrecionalidad. Esta visión llevó incluso a equiparar la democracia con el mercado, donde se asume que los ciudadanos son clientes que escogen entre distintas ofertas políticas a modo de productos ofrecidos por los proveedores.

En consecuencia, se desvigoriza y desmoviliza intencionalmente a enormes capas de la ciudadanía, sometiéndolas a un sólo discurso hegemónico que se traduce en la pérdida de identidad, debilitamiento de lazos comunitarios, el crecimiento de la apatía y posturas antipolíticas en el resto de la población.

Por ello, los planteamientos de la democracia liberal, por más hegemónicos que se consideren, han encontrado fuertes desafíos en la actualidad. Pues tras la imposición de una ortodoxia neoliberal, se han incrementado un sentimiento de molestia, debido a un fuerte crecimiento de la desigualdad y la desconexión entre gobernantes y gobernados. Lo que demuestra que liberalismo y democracia son conceptos distantes. 

Las democracias liberales no han podido responder efectivamente a las demandas ciudadanas, al mismo tiempo que dan la impresión de un secuestro de la política a manos de oligarquías y élites. Esto, sin embargo, no es un tema nuevo, pues la democracia liberal fue diseñada para ejercer cierta exclusión de la participación de las masas por temor a dicha “tiranía de la mayoría”.

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