Emiliano Zapata
( 1879 - 1919 )
Dirigente Político(a)/Revolucionario(a)
Siglo XIX y principio del XX

En contexto

Emiliano Zapata es reconocido como un héroe nacional y como una de las figuras más notables del siglo XX. Nació el 8 de agosto de 1879, en Anenecuilco, Morelos. Fue hijo de Gabriel Zapata y Cleofas Salazar; siendo Emiliano su penúltimo hijo. Su familia no era rica, pero tampoco se encontraba dentro de las más pobres de Anenecuilco; vivían en una casa de adobe y piedra de 65 metros cuadrados, y se distinguía de la mayoría de las casas construidas a base de caña (Rolls, A. 2011:2).

Siguiendo a Rolls, los Zapata fueron propietarios de una pequeña parcela de tierra -que bien pudo haber formado parte de una propiedad comunal cultivada por sus habitantes y trabajada por las mismas familias a través de varias generaciones-. Gabriel Zapata trabajó como supervisor en plantaciones, cultivó y mantuvo ganado y caballos en la tierra que trabajó, lo que le permitió vender productos como queso y mantequilla en mercados locales (2011: 2).

Emiliano Zapata nació en los primeros años de la dictadura encabezada por el General Porfirio Díaz, por lo que fue testigo de muchas injusticias. De acuerdo con Santana (2010: 53), Zapata prometió a su padre que cuando fuera grande haría que les devolvieran las tierras a los campesinos de las tierras de Anenecuilco de las que fueron violentamente despojados por un hacendado.

En el año 1909 fue elegido presidente de la Junta de Defensa de Anenecuilco, en donde apoyó a Patricio Leyva, aspirante al gobierno de Morelos, quien se oponía al régimen de Porfirio Díaz. Derivado de la violencia ejercida en el porfiriato, para el año 1911 Zapata y otros dirigentes de Morelos irrumpieron el 19 de mayo en Cuautla, en donde convocaron a las demás comunidades para reclamar sus tierras; de esta manera el 7 de junio llegaron a la Ciudad de México (Santana, 2010).

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Contexto Intelectual

Zapata es referente de la justicia social, luchó por la restitución de las tierras que les fueron despojadas a campesinos por parte de hacendados, además de ser un símbolo de las luchas de trabajadores rurales, así lo menciona Córdova:

Los trabajadores rurales (campesinos, pequeños poseedores de tierras, trabajadores asalariados, peones acasillados, aparceros y comuneros) formaban la mayoría aplastante de la población del país, ciertamente más del 80%; sus condiciones de vida se volvieron terribles y no puede caber la menor duda de que en 1910 la cuestión de la tierra era el mayor problema nacional […] Los trabajadores rurales mexicanos, además, habían sido desde siempre un sector social en permanente revuelta, si no nacionalmente por lo menos sí localmente, incluso ya desde la época colonial; ningún campesinado ni ningún proletariado agrícola tenía en América Latina una tradición de insurgencia como los mexicanos (1977: 59-60).

En el año de 1909, Francisco I. Madero forma el Partido Antireeleccionista en oposición al régimen dictatorial de Porfirio Díaz y un año después Madero es nominado como candidato presidencial por el Club antireeleccionista de México, cuyos objetivos son la defensa de la democracia, observancia estricta de la Constitución, libertad municipal y respeto a las garantías individuales (Carmona, 2022).

Tras las elecciones de 1910 que se condujeron de manera fraudulenta por el Presidente Porfirio Díaz, Madero redacta, en Estados Unidos, en octubre del mismo año el Plan de San Luis, manifiesto que convocó al levantamiento en armas para derrocar a Díaz y establecer elecciones libres y democráticas. Bajo el lema “Sufragio efectivo y no reelección”, Madero se pronunció abiertamente en contra del dictador, puesto que desconoció los resultados de dichas elecciones. 

Como líder de un sector de campesinos oprimidos, Zapata reconoció a Madero como caudillo de la democracia, al cual apoyó y se unió en armas para luchar por la justicia social y por la restitución de tierras a campesinos e indígenas. El Plan de San Luis en su artículo tercero enuncia:

Abusando de la ley de terrenos baldíos, numerosos pequeños propietarios, en su mayoría indígenas, han sido despojados de sus terrenos, por acuerdo de la Secretaría de Fomento, o por fallos de los tribunales de la República. Siendo de toda justicia restituir a sus antiguos poseedores los terrenos de que se les despojó de un modo tan arbitrario (…) que los restituyan a sus primitivos propietarios, a quienes pagarán también una indemnización por los perjuicios sufridos (Madero, 1910: 4).

Sin embargo, al llegar Madero al poder no cumplió las promesas de la Revolución que hizo a la Nación, por lo que Zapata redactó el Plan de Ayala, proclamado el 28 de noviembre de 1911, continuando en la lucha por hacer valer las reformas que había creído conveniente en beneficio de la Patria. Emiliano Zapata desconoció al gobierno de Francisco I. Madero.

El Plan de Ayala, promulga en su primer artículo:

Teniendo en consideración que el pueblo mexicano, acaudillado por don Francisco I. Madero, fue a derramar su sangre para reconquistar libertades y reivindicar derechos conculcados, y no para que un hombre se adueñara del poder, violando los sagrados principios que juró defender bajo el lema de “Sufragio Efectivo y No Reelección”, ultrajando así la fe, la causa, la justicia y las libertades del pueblo (…) no teniendo otras miras, que satisfacer sus ambiciones personales, sus desmedidos instintos de tirano y su profundo desacato al cumplimiento de las leyes preexistentes… (Zapata, 2003:2)

Además, menciona que Madero no tuvo respeto por a la ley y la justicia de los pueblos, llamándolo Traidor de la Patria, ya que sólo vio por los intereses de hacendados y caciques que esclavizan a campesinos e indígenas, así continúa en el artículo primero:

(…) el Presidente de la República Francisco I. Madero, ha hecho del Sufragio Efectivo una sangrienta burla al pueblo, ya imponiendo contra la voluntad del mismo pueblo, (…) a los gobernadores de los Estados, designados por él, como el llamado general Ambrosio Figueroa, verdugo y tirano del pueblo de Morelos; ya entrando en contubernio escandaloso con el partido científico, hacendados-feudales y caciques opresores, enemigos de la Revolución proclamada por él, a fin de forjar nuevas cadenas y seguir el molde de una nueva dictadura más oprobiosa y más terrible que la de Porfirio Díaz; pues ha sido claro y patente que ha ultrajado la soberanía de los Estados, conculcando las leyes sin ningún respeto a la vida ni intereses, como ha sucedido en el Estado de Morelos y otros conduciéndonos a la más horrorosa anarquía que registra la historia contemporánea. (Zapata, 2003:3)

En los artículos 4° 6° y 7° respectivamente, establece los dos grandes principios de la devolución de las tierras robadas a campesinos:

La Junta Revolucionaria del Estado de Morelos manifiesta a la Nación, bajo formal protesta, que hace suyo el plan de San Luis Potosí, con las adiciones que a continuación expresan en beneficio de los pueblos oprimidos, y se hará defensora de los principios que defienden hasta vencer o morir (Zapata, 2003:3).

Como parte adicional del plan que invocamos, hacemos constar: que los terrenos, montes y aguas que hayan usurpado los hacendados, científicos o caciques a la sombra de la justicia venal, entrarán en posesión de esos bienes inmuebles desde luego, los pueblos o ciudadanos que tengan sus títulos, correspondientes a esas propiedades, de las cuales han sido despojados, por la mala fe de nuestros opresores (…) (Zapata, 2003:4).

(…) se expropiarán previa indemnización, de la tercera parte de esos monopolios, a los poderosos propietarios de ellos a fin de que los pueblos y ciudadanos de México obtengan ejidos, colonias, fundos legales para pueblos o campos de sembradura o de labor y se mejore en todo y para todo la falta de prosperidad y bienestar de los mexicanos (Zapata, 2003:4).

En 1913, tras un golpe de Estado, el General Victoriano Huerta, hizo renunciar a sus cargos a Francisco I. Madero y a su Vicepresidente José María Pino Suárez, ordenando posteriormente su ejecución. Victoriano Huerta asume el poder después de que Pedro Lascuráin fuera presidente por escasos 45 minutos.

El gobierno huertista fue dictatorial al disolver al Congreso de la Unión. Su dictadura se caracterizó por una ciudad militarizada y muchos ciudadanos asesinados. Posteriormente surgió un nuevo líder revolucionario, Venustiano Carranza.

En Al pueblo mexicano, escrito en 1914, el General Emiliano Zapata cuenta la verdad del movimiento revolucionario en su periodo culminante:

La actual revolución no se ha hecho para satisfacer los intereses de una personalidad, de un grupo o de un partido. La actual revolución reconoce orígenes más hondos y va en pos de fines más altos.

El campesino tenía hambre, padecía miseria, sufría explotación, y si se levantó en armas fue para obtener el pan que la avidez del rico le negaba; para adueñarse de la tierra que el hacendado, egoísticamente guardaba para sí; para reivindicar su dignidad, que el negrero atropellaba inícuamente todos los días. Se lanzó a la revuelta no para conquistar ilusorios derechos políticos que no dan de comer, sino para procurar el pedazo de tierra que ha de proporcionarle alimento y libertad, un hogar dichoso y un porvenir de independencia y engrandecimiento (Zapata, 2011:1).

De acuerdo con Santana (2010), en 1917, después de que las fuerzas carrancistas dirigieron acciones contra las tropas zapatistas, Zapata dirigió a Venustiano Carranza una carta que acentuó su enfrentamiento y apresuró la idea de acabar con el movimiento social del sur:

Voy a decir verdades amargas; pero nada expresaré a usted que no sea cierto, justo y verdaderamente dicho […] Bancos saqueados […] la industria y las empresas de todo género agonizando bajo el peso de las contribuciones exorbitantes, casi confiscatorias; la agricultura y la minería pereciendo por la falta de seguridad en las comunicaciones; la gente humilde y trabajadora, reducida a la miseria, al hambre, a las privaciones de toda especie, por la paralización del trabajo, por la carestía de los víveres, por la insoportable elevación del costo de la vida (Santana, A, 2010: 57-58).

Cuando Carranza tomó la presidencia no hizo lo que prometió, sobre devolverle la tierra a los campesinos, por lo que Emiliano rompió lazos con él. Carranza comisionó al general Pablo González y al Coronel Jesús Guajardo matar a Zapata; inicialmente le hicieron creer a Emiliano que desconocían el gobierno que estaba asumiendo Carranza. Guajardo ganó la confianza de Zapata y se reunieron, en su primer encuentro Guajardo llevó a 800 hombres armados, mientras que Emiliano sólo llevó a su escolta personal, sin embargo, el 10 de abril de 1919, fue citado en la hacienda Chinameca en donde llegó acompañado de una escolta; a su llegada las tropas de Guajardo presentaron armas, de esta manera simularon rendirle honores, y en cuanto entró a la hacienda abrieron fuego (Secretaría de la Defensa Nacional: 2019).

En el Manifiesto al pueblo mexicano, proclamado en 1918, Zapata definió la finalidad de la revolución:

La revolución se propone: redimir a la raza indígena, devolviéndoles sus tierras, y por lo mismo, su libertad; conseguir que el trabajador de los campos, el actual esclavo de las haciendas, se convierta en hombre libre y dueño de su destino, por medio de la pequeña propiedad; mejorar la condición económica, intelectual y moral del obrero de las ciudades, protegiéndolo contra la opresión del capitalista; abolir la dictadura y conquistar amplias y efectivas libertades políticas para el pueblo mexicano (Zapata, 2011).

De esta manera, Zapata luchó por hacer valer la justicia haciendo que la tierra y libertad se hicieran presentes, por una democracia en donde los ricos no les quitaran a los pobres y pudieran vivir de manera organizada. Por estas razones, Zapata se convierte en un referente clave del pensamiento revolucionario.

Para Felipe Ávila (2018), el zapatismo ha sido uno de los movimientos sociales, políticos y culturales de mayor significación en la historia de México; en donde Emiliano Zapata se sumó a la rebelión en contra de Porfirio Díaz organizada por Francisco I. Madero. La rebelión de Zapata arraigó en el campo morelense y se expandió a más Estados, logrando una reforma agraria, al destruir el régimen de las haciendas y repartir la tierra entre los pueblos y las comunidades campesinas (11-12).

Pensamiento y reflexiones en torno a la democracia

El Plan de Ayala, promulgado el 28 de noviembre de 1911, tan solo 22 días después de que Francisco I. Madero asumiera la presidencia de México, es un documento clave para comprender el ideario democrático de Emiliano Zapata. Aquí se pueden encontrar varias de las concepciones que orientaban la praxis democrática del caudillo del sur, mismas que fueron el resultado de la experiencia personal y de lucha de este personaje quien recogió conceptos forjados durante décadas de resistencia de los pueblos campesinos. Si bien, el Plan de Ayala fue redactado principalmente -por encargo de Zapata- por una figura destacada del zapatismo, el maestro rural Otilio Montaño, sus líneas están estrechamente relacionadas con las posturas y acciones que impulsó el propio Zapata durante los inicios del proceso revolucionario. De hecho, Zapata mismo revisó y discutió el documento previo a su versión final (Ávila, 2019: 7).

Este documento es considerado más que un manifiesto político del zapatismo ante sus desavenencias con la revolución maderista; se trata de una auténtica reivindicación agraria, orientada a promover una profunda transformación agraria del país (Zapata, 2019: 91). Una de las cosas que hacen tan novedoso y diferente a este documento de muchos otros publicados previo y durante la revolución fue que en él se plantea que la Revolución de 1910 tuvo un origen agrario (Womack, 2019: 15). De hecho, aquí se desprende la primera característica del ideario democrático zapatista: la necesidad de anteponer los intereses populares y rurales a otras fuerzas sociales en el proceso de creación del nuevo poder político y del cambio social en ciernes. 

Otra concepción importante del pensamiento democrático zapatista es la reivindicación de los derechos originales de los pueblos indígenas mediante la acción directa. Esto queda establecido en la parte medular del Plan de Ayala cuando se señala que la tierra que hubiese sido usurpada en el pasado por hacendados y caciques a sus propietarios legales debería ser devuelta; incluso los campesinos armados estaban autorizados a tomar posesión inmediata de esas tierras (Zapata, 2019: 25). Cabe enfatizar que no se trataba simplemente de saltarse el marco legal de la época, pues a final de cuentas las tierras en cuestión tenían títulos originales a nombre de los campesinos. Esta acción en realidad reflejaba el rechazo a las instituciones y métodos porfiristas que habían solapado usurpaciones y despojos. Era una forma de recuperar la justicia para los pueblos devolviendo la confianza en su palabra y poniendo del lado del hacendado toda la carga de pruebas. La democracia, en este sentido, se entendía como regresar la soberanía al pueblo agraviado y abrir un camino para que las mayorías reivindicaran sus derechos, así como construyeran nuevos poderes políticos que transformaran el orden institucional establecido.

Aunado a ello, en el Plan de Ayala Zapata y los zapatistas introdujeron el concepto de “interés público”, específicamente al hablar de que una tercera parte de las tierras de las haciendas habría de ser expropiada por motivos de “interés público”, con indemnización previa, con el fin de proporcionar ejidos (tierras comunales), colonias y fundos legales para todos aquellos que no hubiesen recibido suficientes tierras bajo la primera disposición (Zapata, 2019: 29). Aquí figura también el concepto de “expropiación”, que consistía en obligar a vender a los poderosos propietarios las tierras y aguas para que los agricultores pudieran trabajar y vivir en ellas como propietarios, no como peones. Finalmente, aparece el concepto de “confiscación” de todas las propiedades de los hacendados, científicos o caciques, que se opusieran al Plan y a la revolución, las cuales serían nacionalizadas sin indemnización alguna. La confiscación se entendía como el apoderamiento por la fuerza ante el desconocimiento de las reivindicaciones populares. Estos conceptos (interés público, expropiación, confiscación) son parte de un ideario democrático que devuelve la dimensión colectiva a los problemas sociales y orienta el uso del poder político a favor de los desposeídos. 

El interés público aparece aquí como el reconocimiento de una historia de abusos y despojos, identificados como los responsables en última instancia de las desigualdades sociales, dejando atrás la filosofía positivista de la época que ensalzaba el esfuerzo individual y achacaba el rezago social a la supuesta falta de adaptación a una supuesta modernidad. En este sentido, la democracia de Zapata es el régimen político que brinda la posibilidad a los agraviados de corregir los abusos históricos mediante instrumentos de acción directa, en este caso como fue la expropiación y la confiscación. 

Otra noción importante del pensamiento sobre la democracia de Zapata es que las medidas económicas no estaban disociadas de los objetivos democráticos. La mayoría de las ocasiones, los decretos firmados por Zapata y las acciones del Ejército Libertador del Sur en materia económica durante revolución tenían la intención de redistribuir los bienes y los ingresos por igual entre el grueso de la población campesina, bajo la concepción de que la sociedad tenía todo el derecho de exigirle cuentas al modelo económico y cambiarlo cuando éste no diera resultado. Por ejemplo, el 8 de septiembre de 1912 Zapata proclamó un decreto en el que estipulaba: 

Se nacionalizaban las propiedades de los enemigos de la revolución y estipulaba que los fondos de las ventas de las propiedades urbanas deberían ser utilizados para formar “instituciones bancarias dedicadas a fomentar la agricultura” y para pagar las pensiones a las viudas y los huérfanos de los revolucionarios. Los bosques, tierras y aguas nacionalizadas deberían ser distribuidos en forma común entre los pueblos que así los solicitasen y divididos en lotes entre todos aquellos que lo desearan (Ávila, 2001: 205).

Impacto de su pensamiento en la realidad

Retomando a Ávila el Zapatismo “fue el movimiento campesino más radical de la Revolución mexicana”. Entre 1914 y 1919 transformó las estructuras económicas, sociales y políticas de Morelos y las regiones aledañas en las que tuvo influencia, como Guerrero, partes de Puebla, Tlaxcala, Estado de México, Oaxaca y el Distrito Federal (hoy Ciudad de México) (Ávila, 2018: 10).

A raíz del Zapatismo, se logró que los pueblos y comunidades campesinas recibieran una porción de tierra para que de esta manera pudieran trabajar en libertad, así mismo rechazaron el cultivo de la caña de azúcar, lo cual es símbolo de la dominación española que desde el Virreinato se hizo presente y en cambio comenzaron a sembrar maíz y frijol (Ávila, 2018: 12).

Zapata y Villa lucharon en contra de Obregón y Carranza, de esta manera defendieron un proyecto “de nación en el que los de abajo mandan y los de arriba obedecieran, en el que el gobierno estuviera al servicio de la gente, no de los poderosos, donde todos tuvieran tierra, trabajo y escuelas, en el que, a final de cuentas, fuera la mayoría la que decidiera por dónde tenía que ir la nación y donde los gobernantes elegidos libremente y vigilados siempre por esa mayoría, no pudieran desviarse del camino” (Ávila, 2018: 12). 

La lucha de Zapata evoca no sólo a los campesinos, sino que también se vuelve un ícono para diversos movimientos socio-culturales (artísticos, luchas sociales, poesía, etc.) como para dirigentes revolucionarios del siglo XX y XXI; Diego Rivera hizo murales, Pablo Neruda incluye a Zapata en uno de sus poemas, entre muchas otras representaciones (Santana, A, 2010: 60).

Cruz asegura que:

El movimiento zapatista renovó la construcción de narrativas, en un momento en el que parecía que ya todo estaba dicho; el zapatismo vino a proporcionar nuevos relatos, nuevas vías para interpretar lo que estaba sucediendo y nuevas maneras de generar acciones efectivas de movilización (que impactaran en el sistema político, económico y social). El zapatismo promovió como sujeto de cambio de las relaciones sociales al pueblo, proponía que la construcción de consensos se lleva a cabo con base en la opinión colectiva (…); lo cual permitió redefinir radicalmente lo que en México se entiende por acción política y democracia.  (2018: 45).

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